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El lápiz con el que ella, cada mañana, se lo dibujaba.

Un lápiz tan extraño que a él le hacía sonreír a pesar del dolor. Cogió el tenedor para repasar el contorno de la flor y llevárselo a la boca. Mermelada de fresa. Ella sabía cuál era su favorita, y por eso la utilizaba sobre la tostada. Un sabroso lienzo.

Su compañero de cuarto volvió a hacer esa mueca, quizá de envidia, quizá de compasión. No entendía que algo tan simple le hiciera feliz dadas las circunstancias.

Miró al gotero, contando cada segundo en cada gota. Esperando, con suerte, al dibujo de la mañana siguiente, tumbado en la cama del hospital.

GOTAS DE MERMELADA

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