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El armario donde acababa de encerrar a su muñeca parecía más grande de lo que solía ser. Cuando ella misma pasaba largas jornadas en la oscuridad, inmóvil entre las cuatro paredes.

Pero hacía demasiado tiempo de aquello, y había aprendido que las niñas grandes no debían jugar con muñecas. Por eso la encerró, con llave, dentro de su propia cárcel. Salió de la habitación sin mirar atrás, para olvidar cuanto antes a aquel ser de ojos grandes y mejillas sonrosadas.

En el silencio del dormitorio vacío, un sonido extraño emergió dentro del armario, un sonido como de uñas rasgando la puerta. Y una voz temblorosa, apenas un susurro…

“¿Mami?”

MUÑECAS

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